El nerviosismo de un llamado telefónico

Esos días linceños vinieron a mi mente. Aquel señor que se sentó en los últimos asientos olía igual a mi papá hace más de once años. Llegué a su casa decidido a que se me dieran explicaciones, que al final no exijí, y ahora vuelvo con una tranquilidad de corta duración. Me juró, el inexistente, amor eterno, me habló sobre mi ahora inexpugnable deseo de tocarla, sobre las manos que se movían sobre zonas prohibidas.
Dentro de un rato la voy a llamar. Ojalá no me sienta mal, ojalá no sientas nauceas ni nada.

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