Sin postergación

Despertó llorando. Amaneció sin esperanza más que llorar pero felizmente y justo a tiempo, su papá prendió la luz, le ofreció una manta para no enfriarse durante su sueño. Le dijo que iba a recoger a su mamá. Que no demoraba mucho. El no dudo en ningún momento en pedirle un abrazo el cual le dio fuerte con un beso en el cachete. Y así se fue a recoger a su esposa.

Se paró. Apago la luz. Y mientras salía de su cuarto hacia el pequeño pasadizo que recorre casi toda la casa, empezó a llorar. Tenía miedo de que su papá no volviera. Mucho miedo. Tanto que lo único que se le ocurrió fue ir a la pintura de la Virgen María que esta cerca a los vasos de cristal que se usan para las ocasiones especiales que esta al lado tanto de la puerta principal, la de entrada, y la de la cocina. Le rogó lo cuidara. Lo protegiera. Le pidiera a su hijo que lo cuidara. Que intercediera. Que por favor. Se acordó luego de que aunque su relación con su otra madre era buena, tenía que pedírselo al encargado, a El. Y así lo hizo. Fue dando pasos entre rápidos y lentos. Prendió la luz para mirar sus ojos. No dejó de pedirle que lo cuidara. Que lo protegiera. De rogarle que por favor. Hasta que se acordó que por algo hace las cosas. Por algo y que nadie nunca lo entenderá. Y tuve más fe en su Dios que nunca antes creyó haberlo hecho.

Fue un domingo. 3 de enero y el estaba con Ángela caminando por un parque que parecía ser de Miraflores. Tenía muchas bancas y niños jugando por doquier. Una especie de plaza en el centro que tenía hamacas puestas de forma que tenías que saltar para alcanzarlas y si lo hacías, tener mucho cuidado de no caerte por que dolería. Caminó con ella hasta sentarse en una banca cuya penúltima madera del respaldar faltaba. Miraron a la derecha y gente conversaba. Hacia arriba y gente conversaba en los balcones de lo que aparentaba ser un edificio dentro del parque - los problemas que hay en Lima.

Se encontraron luego con Richard. Estaba más flaco que de costumbre. No miraba a los ojos ni cuando te hablaba y su voz, sino tartamudeaba, no se escuchaba. Habló con el y le dijo que se habían encontrado con un amigo antiguo. Del colegio. Leandro Bravo. Segundos después, se acordó y a una proposición de su amigo de ir a visitarlo acepto claro, yendo con su enamorada. Y así fueron.

Mientras el saludaba, Ángela desapareció de su vista cosa en la cual el caería luego. Con su amigo, caminaron durante pocos minutos por los techos. Vagaron. Hasta que el le menciona que Leandro solía frecuentar esos lugares y que en ese momento no sabía cual. Y una voz lo llamó. Lo insultó para que apurara cosa que Richard hizo. Luego la misma voz lo alentó y logró hacerlo bajar por una zona muy angosta. Haí encontró a su chica riéndose con el. De forma rara, el no sintió celos.

Empezaron a argumentar sobre un tema que no tiene importancia y ya se olvidó de los recuerdos. Leandro le propuso unirse a su grupo de gente. El, y como película rápida, en la siguiente escena se encontraba mostrándole sus zapatillas de fútbol que se encontraban a punto de romperse en la punta de la que se usa en el pie izquierdo. El otro no hizo más que darle seis billetes en chino o japonés. No lo sabía definir. Uno de sus amigos enternados le dice a Leandro que se tiene que ir inmediatamente. Y así es. Salen por la escalera de atrás cubiertos por una lluvia de balas. Se encuentra con Lourdes y sin pensarlo siquiera, la ayuda a bajar. Y así. Y así entran a una camioneta y se van.

El había quedado con almorzar con su papá a las tres o cuatro de la tarde. Ya eran las cinco. Optó por bajarse del carro y caminar. Pensó llegar más rápido. Llegó al parque que parecía pertenecer al distrito de Miraflores. Ya había anochecido; tal vez con este clima - ya estaba oscuro - era o las seis o treinta minutos más. Una pelota le cayó a los pies, de esas que salen volando de las pichangas de los niños, el la pateó y entro a un condominio, se acercó a pedirla, se la dieron y pidió, además, uno de esos letreros que indican el nombre de la calles. Y también se lo dieron.

No supo donde ponerlo luego de aburrirse de el. Camino por el condominio dentro del parque y una chica desde el balcón no paraba de mirarlo. El se dio cuenta de que significaba la mirada y la sonrisa y el no se quejo, le respondió de la misma manera. Caminó y vio a muchas personas trabajando que sincroniza y rápidamente plantaban pequeñas porciones de pasto alrededor de la plaza que se encontraba en el medio. Había una festividad. El se quedo perplejo ante tal concentración. Ante tal coordinación. Le preguntó a una mujer que aparentaba, por los años reflejados en sus arrugas, donde poner el letrero a lo que le respondió que lo dejará ahí mismo, en el piso, y corriera por que sino no podría salir. Lo dejó. Corrió. Salió con las justas aprovechando en grabar las escenas que vivía con su celular. No grabó gran cosa. Al salir vio una camioneta blanca, pequeña, cuatro puertas, dos ventanas de las que se abren. Vio a Sharon que se encontraba con un grupo de payasos. Se saludaron. Y siguió caminando.

Llegó al rato a un estacionamiento grandísimo en donde encontró otra vez a Lourdes. La saludo. Conversaron. Hasta que un de los amigos enternados de Leandro se acercó renegando por un idiota que lo había contradecido y juzgado su moral. Lo voy a matar...ya puse una bomba en su casa, así que..., y aunque lo quisimos calmar para que aceptara un critica, no nos hizo caso. Otra lluvia de balas empezó y salimos en otro jeep con Lourdes y otros amigos enternados. Le pareció tan conocida la descripción que dió el amigo enternado de la persona a la cual mataría que prefirió prever, papá, anda a almorzar solo, al chifa de por la casa, ¿por qué?, por que voy a llegar tarde. Y así pasó.

Cuando regresó se enteró que si, su casa había explotado - por versión del bombero - pero su papá se había salvado de milagro. Felizmente. Había acertado en su proyección. Se sintió aliviado.

Salió su papá a jugar fútbol. Y así fue. Jugaron y jugaron. Si no era la primera vez que se llevaban bien sería la segunda, no más. Terminaron y en su cara se notaba preocupación por la venganza que podía tener el amigo enternado con su papá. Se dió cuenta otro amigo enternado quién le dijo que era un maricón. Para llegar al estacionamiento había primero que pasar por una especie de laberinto y así fue. Pasaron. Pero antes de seguir caminando, voltea y busca a su papá. No lo encuentra. Empieza a gritar. Empieza a preocuparse y más cuando el mismo amigo enternado se empieza a reír.

Decide entrar al laberinto. Tenía esperanzas de encontrarlo. Y ni bien había ingresado se dió con una situación espeluznante. Su papá estaba conversando, parecía confesando, con un cura. Al frente de el había una mujer que preparaba un inyección. A lado izquierdo, lo que parecía ser Leandro aunque no podría decirse que esto es cierto. Y a sus dos lados y agarrándole los brazos, dos hombres musculosos también amigos enternados. Lo amarraron. El empezó a gritar. Y a cada palabra que decía, recibía un pellizcón en cada pierna. No le importaba. Gritaba cada vez más. Los pellizcones dolían hasta que pidió más castigos pero que no le hicieran nada a su papá. Los pellizcones desaparecieron. Gritó, a quién hay que rogarle para que perdonen a su viejo, a quien. Los actores de esta escena no parecían escucharlo. Ni se inmutaban. Su mirada se concentró en la jeringa. Hizo zoom dejando una imagen de un líquido y la cara de su papá de fondo. Y así entró el líquido. Y así su papá tenía pocos segundos de vida. Y así le pidió perdón por se mal hijo. Perdón por todo. Gracias por ser tan bueno. Gracias por la vida. Gracias por todo. Hasta que su voz no se oyó más. Había bajado la cabeza y resignado a haberlo perdido. No había más que hacer. Nada

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